Está el infinito y la calamidad en sus ojos, una mirada que
me lo dice todo, aun cuando mira a la nada y una boca que se embelesa con la
eternidad, la prueba para después regalármela, en un beso.
Está la sangre que le corre por las venas que le toco, la
mano que me sujeta la cordura, la palabra que me la suelta.
Está la levedad, el paso disparejo, el arrebato, la sonrisa;
sobre todo la sonrisa.
Y está todo el amor contenido, el amor desparramado, el “te
extraño” que se intenta colar por los nudos de la garganta, la cobardía del “te
necesito”, el saberse perteneciente el uno del otro, el silencio que le precede
siempre a sus labios, al roce, al momento en que re descubro que lo amo, que
estoy más convencida que nunca.
Como a nada, como a nadie.
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Déjame tu alma