"Nunca supe a quién amaba, ni por quién miraban mis ojos. Entonces apareciste y seguí sin saber, pero ya no quería saber, sólo quería sentirte."
El hombre, vespertino perdido en su sombra buscando el sol, el hombre callado y pensativo, dudoso, camina con cautela por el agua, flota y cree que puede dar paso en falso y caer, ahogarse, morir.
El hombre no sabe qué es la muerte, mas le teme.
No sabe que es el amor y entonces juega a practicarlo.
El hombre en llamas, fuego y humo negro, cigarro exhalado, cáncer, el hombre y su manera de enfermar en silencio, dormir tras de su fuerza.
El hombre que compra flores siendo alérgico a ellas, el hombre espinado, rojo, caliente, viste de pavo real y llueve en ojos de mar, salpica al viento de su arena del desierto.
El hombre es todos los elementos: la tierra de sus zapatos, el aire que le da vida, el fuego que le calienta, menos el agua, menos el líquido, el agua suele ser aquella mujer que fluye entre sus brazos, pero sí el gas evaporado, la plasma desequilibrada y el hielo; la dureza de su mirada.
Es el frío y las hojas que crujen en el otoño.
Sabe escalar montañas, pero se atasca en los corazones.
El hombre tajante de sí y de no, con excepción de una escala de grises para todas las mujeres.
El hombre, estúpido, astuto e inteligente, el hombre artista y de colores, el hombre de los blancos y los negros, el hombre racional, el hombre sentimental.
Habla idiomas diferentes y lenguas extrañas. Corre hacia distintos lados, camina en direcciones opuestas, pero sabe a dónde va.
La piel del hombre, los ojos del hombre, las manos, el pecho, las caderas, las nalgas, el miembro del hombre, los hombros del hombre.
La perfección, y lo exquisitamente imperfecto.
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