¿Alguna vez sentiste tanto dolor?
¿Alguna vez tus tobillos se quebraron y te dejaron desvanecer en la tierra dejando tus manos al aire?
¿Alguna vez temiste a las miradas del desconocido? ¿De lo que murmuraban de ti?
¿Alguna vez amaste tanto, en el silencio, hasta romper tu alma?
Los silencios que a veces se acumulan en tardes como estas me recuerdan a las pobres cicatrices que tengo en la muñeca
y es que alguna vez quise morir para que no te fueras, o irme para que me recordaras
Necesito una respuesta, una respuesta a una pregunta que es demasiado larga para poder pronunciarla, pero que cuelga de tu corbata, y se esconde luego jugueteando con tus dedos cuando metes las manos en tus bolsillos.
Te veías tan guapo caminando, me veía tan tonta admirándote.
El crack sórdido retumbó por las paredes, yacía livianamente desvanecida, inmóvil, sus ojos apenas podían contemplar el sucio blanco de las paredes, las hojas de las plantas le miraban desde arriba. Cerraba los ojos esperando ya no encontrarse al abrirlos, contenía un poco la respiración, movía sus dedos por el aire inmaculado, quería ser parte de él, revolotear sin tener a donde ir, viajar lejos, llegar hasta su ventana, dejarse respirar por él, ser suya, vivir en él, estar en él. La puerta distrajo a la posesa oscuridad del cuarto, un intruso había llegado a irrumpir en su disfrute de la muerte, de la escena de amor que creaba su recuerdo, sus ganas de inexistencia.
Se vio levantada por unos brazos firmes y borrosos, imaginaba de pronto su sueño hecho realidad; volaba, y un violín le decía adiós mientras atravesaba el umbral, era su momento, su eterna despedida.
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Déjame tu alma